domingo, 10 de abril de 2011

Fragmento de “El fin de la Historia” de Liliana Heker. Capítulo diez.

Pág. 194-198

(…)

- Entonces que los cumpla muy feliz – dice la prisionera con entusiasmo, y choca con el Escualo el vaso de cartón.
Bebe apenas y apoya el vaso en el suelo. Cuando levanta la vista nota que el Escualo tiene los ojos llenos de lágrimas.
- Disculpe –dice el Escualo-, me produce emoción que una mujer me diga eso. Una mujer como usted, quiero decir.
La prisionera está expectante: ese hombre parece a punto de franquear una barrera peligrosa.
-¿Usted no es casado?- pregunta con cautela.
El Escualo no parece haberla escuchado. Ha comenzado el ademán de sentarse en el borde de la cama. Sin embargo, porque ha fallado en el movimiento, o porque algo lo ha hecho cambiar de intención, acaba sentándose en el suelo. Apoya la botella con mucho cuidado. Después, minucioso, apoya su vaso junto al vaso de la prisionera.
-¿No lo festejó con nadie? –dice la prisionera como si se hubiese olvidado de la pregunta anterior.
El Escualo la mira con extrañeza; parece errático.
-Estuvimos brindando con los compañeros en el Casino –dice por fin-. Acá se festeja todo lo que se puede, si no, con toda la mierda que se vive acá adentro, perdón por el exabrupto, pero usted me va a entender, no sé, a veces me parece que a usted se le puede contar cualquier cosa y usted la va a entender.
-Trato de entender –dice la prisionera. Lo observa con mucha atención antes de continuar. Como quien está caminando a oscuras por un terreno desconocido-. A la larga una se da cuenta de que cada uno tiene su verdad.
El Escualo niega repetidas veces con la cabeza.
-No, no, no. Ahí está el error –y se queda en suspenso como si de pronto no recordara dónde está el error. Por fin toma de un solo trago lo que le queda en el vaso y parece despertarse.
-La verdad es una sola, lo que pasa es que algunos –llena otra vez su vaso-. Algunos ni se dan cuenta que están equivocados, eso se lo admito. Pendejos que no saben ni cantar el Himno completo y que lo miran a uno como si no pudieran creer lo que –hace el ademán de llenar el vaso de la prisionera pero ella le señala con el dedo que su vaso aún está lleno. Él bebe-. Hay que limpiarlos lo mismo, hay que sacar toda la basura que se juntó en la Argentina y lo más pronto posible, para que vuelva a ser lo que era. Es como una enfermedad grave, hay que operar, con o sin anestesia, para salvar el organismo. Eso es lo que no entienden los de ahí afuera. Y cuando los traen peor. Te escupen, te putean, te desprecian, y yo ya tengo bastante con el desprecio de –la mira como si estuviera a punto de confiarle algo. Por fin bebe hasta vaciar el vaso-. No voy a aguantar que un comunista traidor a la Patria me desprecie –levanta el dedo, como quien va a hacer una advertencia-. Pero no lo hago por gusto, no se equivoque, lo hago por deber. Me digo, ésta es una misión que tenés que cumplir, Escualito, (…) pienso la bandera flameando contra el Cielo y entonces… Una vez, en cuarto grado, me tocó izar la bandera, y no sé, cuando escuché Aurora y vi que subía a lo más alto porque eran mis manos las que la hacían subir, no sé, a lo mejor ese día me juré que iba a defender a Patria contra cualquiera que la atacase. Son los ideales, uno no es nada sin ideales, usted debe entender esa cosas –lleva el vaso a la boca pero se da cuenta de que está vacío. Intenta llenarlo pero la botella también está vacía; fugazmente mira el vaso de la prisionera-. Lo peor no son los que gritan –dice abruptamente-, ni siquiera son los que insultan; lo peor son los que lo miran a uno en silencio. Lo más conveniente es tenerlos con la capucha, pero a veces… Uno se da cuenta de que no saben nada y sin embargo se cren con derecho a mirarlo a uno de esa manera. Son los que se sienten íntegros hasta último momento, ésos son el verdadero enemigo, porque esos creen que tienen la verdad. Hay que liquidarlos sin asco. Y sin odio, no se crea. A veces ni tengo ganas de ir, siento náuseas, no sé, y sin embargo el Halcón da la orden y ahí estoy, cumpliendo con mi deber. ¿Entiende lo que le quiero decir? Éste no es un trabajo agradable. Necesario sí, pero no agradable –se encoge de hombres-. A otros les gusta, no lo discuto, pero a mí no.
(…)

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