viernes, 27 de abril de 2012

CUADERNILLO DE LA 2a UNIDAD 2012

Programa Unidad II. La literatura en sus bordes Concepto de literatura. La literatura como construcción social. Los géneros discursivos y los géneros literarios. La especificidad literaria. La literatura en sus bordes. Criterios para el reconocimiento y valoración de un texto literario.

 “El fin de la Historia”. Liliana Hecker
 Película: Iluminados por el fuego

Concepto de literatura

La definición más usual (y que tal vez coincida con alguna de las que propusieron ustedes) es aquella que caracteriza lo literario por su naturaleza ficcional y por el predominio de la función estética. El primer rasgo destaca que la literatura es producto de una invención. Como tal, no presenta un mun¬do real sino que construye uno de ficción. De allí que se pueda sostener que nada ocurre de verdad en una novela, cuento, drama o poesía. Todo es un simulacro. La segunda característica pone el acento en el lenguaje de la literatura. Cuando se dice que la función estética o poética predomina en un discurso literario.se pretende observar la particular selección y com¬binación de las diferentes unidades de la lengua —desde el nivel fonológico (revisen la página 21, en el capí¬tulo I de Lengua) hasta el del significado. Son esos juegos de sentido y sonido los que transforman el len¬guaje literario no en un instrumento o medio para lograr algo (informar, expresar sentimientos, pedir), sino en un fin en sí mismo. En conclusión, los discursos literarios se distinguirían de los restantes discursos que circulan en la socie¬dad no sólo porque representan mundos inventados sino también porque producen un lenguaje especial. Distinguir lo literario a partir de las dos características men¬cionadas —ficción y función estética— puede resultar útil pero genera demasiados problemas. En primer lugar, la ficción no sólo se advierte en el discur¬so literario. Las canciones populares, las historietas, la publici¬dad, entre otros, construyen discursos ficcionales aunque no forman parte de la literatura. Por otro lado, los límites entre realidad y ficción no son fijos. Cuando el periodista y el histo¬riador ficcionalizan algunos sucesos para hacer más atractivos sus relatos, o cuando el novelista apela a los reportajes y a los métodos de investigación para narrar una historia, tales fronte¬ras tienden a esfumarse. En segundo lugar, lo estético también puede reconocerse en los-restantes discursos. Un grafiti, el cantito de la hincha¬da, una frase que alguien suelta en una discusión suelen presentar selec¬ciones y combinaciones tan particulares que reclaman la atención más sobre la manera en que se dice (o escribe) algo que sobre lo que efec¬tivamente se dice. Y, por el contrario, muchos autores apelan a fórmulas sencillas para evitar el efecto poético esperado. En resumen, partimos de una definición tan difundida como proble¬mática, ya que deja sin explicación la cuestión inicial de qué es la litera¬tura. Podríamos haber comenzado por otras igualmente conocidas: ar¬te bello que emplea como instrumento la palabra, expresión artística de la cultura, etcétera. No obstante, en todas tropezaríamos con una misma dificultad: la im¬posibilidad de definir lo literario a partir de ciertos rasgos estables (fic¬ción, función estética, belleza). Para salvar este obstáculo, en los próximos apartados abordaremos el tema a partir de las relaciones siempre varia¬bles de la literatura. Entre otras:

• Las relaciones que se entablan entre el autor y la obra,
• las que se establecen entre las obras mismas,
• las que se establecen entre la obra y el lector.

Antorresi, A. Bannon, M. Gándara, S. Zorzut, V. Lengua y Literatura III. Del uso a la reflexión sobre los lenguajes. Editorial Aique. Secretaría de educación.

La literatura

La literatura como discurso social se separa de otros discursos (histórico, político, periodístico, científico, etc.) por su relación con lo ficcional. En este sentido, los textos literarios tienen como finalidad exponer una imagen del mundo presente en un momento histórico determinado. Por otra parte, la literatura también se diferencia de los otros discursos sociales por la preeminencia de la función poética del lenguaje, que hace hincapié en la construcción del mensaje, mediante una cuidada selección y una especial combinación de las palabras.

“[La especificidad de la ficción es] su relación con la verdad. Me interesa trabajar esa zona indeterminada donde se cruzan la ficción y la verdad. Antes que nada, porque no hay campo propio de la ficción. De hecho, todo se puede ficcionalizar. La ficción trabaja con la creencia y, en este sentido, conduce a la ideología, a los modelos convencionales de la realidad y, por supuesto, también a las convenciones que hacen verdadero (o ficticio) un texto. La realidad está tejida de ficciones. La Argentina de estos años es un buen lugar para ver hasta qué punto el discurso del poder adquiere, a menudo, una forma de ficción criminal. El discurso militar ha tenido la pretensión de ficcionalizar lo real para borrar la opresión. […] para mí, la literatura es un espacio fracturado, donde circulan distintas voces, que son sociales. La literatura no está puesta en ningún lugar como una esencia, es un efecto. […]”

Piglia, Ricardo. Crítica y ficción. Buenos Aires, Seix Barral, 2000 (fragmento)

La literatura como construcción social

Entendemos a la literatura como una producción cultural de carácter social, constituida por el conjunto de los textos que una comunidad elabora –ya sea en forma colectiva (anónima), ya en forma individual- en la cual se entreteje una visión de mundo. Estas particulares formas de manifestación del mundo, sedimentadas en el lenguaje creativo, conforman una literatura en la medida en que no se trata de textos aislados, sino en tanto van constituyendo una trama de relaciones que, por tal motivo, dan cuenta de su existencia. La literatura no es entendida aquí como expresión de la realidad –reproducción de la vida socio-cultural- es decir, su reflejo, sino como otra manera de la realidad que, por sí misma, es capaz de actuar sobre su propia constitución literaria y sobre el proceso de transformación global: los cambios sociales y los cambios literarios se interconectan y los textos literarios, muchas veces, son capaces de dar cuenta de esos cambios con más intensidad que los documentos en los que se va organizando la historia fáctica de su cultura. Los textos literarios producen un efecto de sentido que permite percibir, en la particularidad de su lenguaje, y por cuanto ponen en juego el imaginario social, una serie de elementos, de valoraciones, de relaciones, que otro tipo de discursos ocultan.

Cuadernillo de Introducción a la literatura. Año 2002. (Fragmento)

La función poética y la literatura (especificidad del texto literario)

De todas las funciones del lenguaje, la poética es la que caracteriza al discurso literario, dado que lo que lo distingue de otros es la construcción particular del mensaje: el ritmo, ciertas combinaciones de palabras –y aun de morfemas-, el uso connotativo del lenguaje (que permite interpretar los términos en múltiples sentidos y no en uno solo, como en los textos científicos, por ejemplo) son algunos de los procedimientos que usa el escritor para trabajar con el material que le provee la lengua. Con ese material discursivo, elabora una obra que es única, porque se aleja del uso cotidiano del lenguaje: aprovecha la sonoridad de los términos y su capacidad de evocar o de sugerir, no trabaja con el sentido literal de las palabras, sino con todos los sentidos que esa palabra es capaz de disparar en su imaginación y en la del lector. El escritor peruano Mario Vargas Llosa dice: “[…] si las palabras no tuvieran más que un sentido, el del diccionario, si una segunda lengua no viniera a turbar y a liberar ‘las certidumbres del lenguaje’, no habría literatura”. Entonces, el lenguaje es el protagonista a través de una cuidada selección y combinación de las palabras que el escritor realiza y que responden a un sentido preciso que quiere transmitir. Cuando un poeta selecciona una palabra dentro del enorme campo de posibilidades que le da la lengua, lo hace porque sabe que es ese término y no otro el que le permite transmitir una idea, una sensación, un sentimiento.

Realidad y ficción

Dentro de la gran variedad de textos que circulan en una sociedad, algu¬nos tienen una finalidad práctica como, por ejemplo, los históricos, los cien¬tíficos o los periodísticos. Su objetivo es el de transmitir información y, pa¬ra lograrlo, evitan la ambigüedad y utilizan una lenguaje claro y preciso que da por resultado un texto transparente y unívoco. La literatura, en cambio, no se centra en el aspecto informativo, sino en el estético. El propósito de los textos literarios no es mostrar la realidad tal cual es, sino de representar, por medio de la palabra, una percepción posible y pecu¬liar del mundo. En este sentido, la ficción -propia de la literatura- equi¬vale a una imagen de la realidad que un tiempo histórico determinado se propone para definir los ideales o para destacar los problemas o la decadencia moral y plantear los principios que deben modificarse. Puede decirse que, por ejemplo, un libro de Historia trata sobre sucesos o procesos que han ocurrido efectivamente en un tiempo y en un es¬pacio precisos en el que han vivido personas cuya existencia real es indiscutible. En estos textos, el acento está puesto en el referente, y su calidad depende del grado de fidelidad a él. Contrariamente, la literatu¬ra, por ser un hecho artístico, transforma la realidad y la ficcionaliza. Los objetos a los que se refiere existen sólo en el texto, y en lu¬gar de personas, la obra literaria cuenta con personajes, creaciones de ficción que pueden ser (o no) parecidas a seres existentes, pero que nun¬ca llegan a serlo. El valor de la literatura radica en el modo de representación de esa realidad y no en la fidelidad a lo representado, es decir que la literatura se aprecia no por la verdad de lo que se dice, sino por la calidad estética con que se lo hace.

El canon literario

Como surge de lo anterior, los textos literarios son productos humanos realizados mediante pala¬bras que tienen una finalidad estética. Si bien esta idea parece definir la litera¬tura, hay que tener en cuenta que no siempre a lo largo de la historia la con¬cepción sobre lo que es literatura fue la misma. En este sentido, muchas obras literarias que, en la actualidad, son consideradas "maestras" fueron rechazadas por sus contemporáneos, porque -según ellos- carecían de valor estético. Entonces, existe en cada época y para cada sociedad obras comprendidas en el canon literario (un conjunto de pautas variables con el tiempo y el lugar que permiten considerar artístico o no un escrito). Las obras que no son incluidas dentro de este conjunto -o que son deliberadamente exclui¬das- pasan a formar parte de lo que se denomina "literatura marginal", por¬que están al margen o fuera de las pautas aceptadas. Quienes determinan qué textos forman parte del canon son las institu¬ciones, como las universidades, las editoriales, los críticos literarios y los grupos de escritores.

¿Para qué leer literatura?

Una de las preguntas que las personas relacionadas con la literatura se han hecho frecuentemente es "¿para qué leer literatura?". En respuesta a este interrogante, el escritor peruano Mario Vargas Llosa sostiene en La verdad de las mentiras: "[...] [las ficciones] se escriben y se leen para que los seres humanos tengan las vidas que no se resignan a no tener. En el embrión de toda novela, bulle una inconformidad, bulle un deseo". Esta idea de oposición entre la finitud del ser humano -no sólo por su condición de mortal, sino de limitado- y la necesidad de proyección y tras¬cendencia, también común al hombre, es frecuentemente tomada por teóri¬cos y escritores como el motivo principal que mueve a las personas a leer li¬teratura. La idea es que, a través de la literatura, el lec¬tor vive aquello que en la realidad le es inaccesible. Pero, no cualquier lector es capaz de experimentar esa transmutación que lo completa, sino sólo aquel que entien-de la literatura como un juego de pocas reglas, pero inelu¬dibles. La principal: aceptar que, durante el tiempo de la lectura, todo lo leído es verdadero. El mundo planteado en una novela, los sentimientos expresados en un poema, las pasiones desatadas en una tragedia deben ser aceptados co¬mo verdaderos durante la lectura. Esta es la forma de "vivir" esas experiencias y de sentir que se es parte de ellas.

El buen lector

El buen lector es el que no busca comprobaciones, el que acepta, olvida todo lo que está fuera del texto y se convierte en parte de la obra. No sólo es destinata¬rio, sino protagonista, porque sale de sí mismo y de su mundo cotidiano y se ubica en el lugar del otro: el perso¬naje. Al mismo tiempo, actúa como coautor cuando penetra en el mundo de ambigüedades y en la multiplicidad de sentidos que el texto presenta y toma partido, dándole, en cada lectura, un sentido. Esta práctica es lo que hace que una obra sea diferente para cada lector e, incluso, que un mismo lector lea de manera distinta una misma obra en dos .momentos de su vi¬da. Además, como la literatura está constituida por una larga tradición de obras, cada vez que se lee, el eco de otras lecturas resuena en la mente del lector, y nuevas relaciones y entramados de sentidos se establecen en ella. De allí que un lector competente es aquel que, entrenado, puede anticipar lo que propone el autor, o asombrarse ante el descubrimiento de lo inep¬to, o desconcertarse ante lo novedoso que plantea y participar activamen¬te de su desciframiento. El escritor argentino Julio Cortázar (1914-1984) escribe en su novela Ra¬yada: "[...] hacer del lector un cómplice, un camarada de camino. Simultaneizarlo, puesto que la lectura abolirá el tiempo del lector y lo trasladará al del autor. Así el lector podría llegar a ser copartícipe y copaciente de la ex¬periencia por la que pasa el novelista, en el mismo momento y en la misma forma [...] Lo que el autor haya logrado para sí mismo se repetirá (agigan¬tándose, quizá, y eso sería maravilloso) en el lector cómplice".

Leer como acto de rebeldía

No se lee literatura para "estar infor¬mado", sino que esta actividad se rela¬ciona con el placer y, en todo caso, con otro tipo de "saber": el de apropiarse de un espacio y un tiempo que no se mide con los parámetros de la cotidianidad, en los que se juega con la posibilidad de ser otro. En el colegio, la obligación de leer mu¬chas veces aleja la posibilidad del placer y del entretenimiento que ofrece la literatura. Frente a este desafío planteado entre la obli¬gación y el goce, lo más difícil es optar por el segundo, porque el deber lo obstaculiza, y la rebeldía ante lo impuesto desde afuera suele ser la reacción natural. Por otra parte, otras formas de entretenimiento, que no exigen el trabajo de la imagi¬nación sino la destreza (por ejemplo, los juegos de computadoras), parecen oponerse a la elección de la literatura. Entre los jóvenes, leer ha perdido presti¬gio, es una actividad que realizan los viejos. Sin embargo, no se trata de opcio¬nes que se anulan unas a otras, sino que amplían las posibilidades lúdicas. Es de esperar que quienes tienen tan desarrollada la capacidad de abstraerse de la realidad y entrar en la ficción que les propone un juego electrónico, por ejemplo, puedan aplicar esa capacidad al juego de la ficción literaria. Si superan la obligación, si aceptan el desafío, descubrirán en el acto docen¬te de indicar una lectura, la entrega de una llave para acceder a un placer toda¬vía no descubierto. Para que esto suceda, es necesario un voto de confianza. Esta confianza adquiere sentido si se tiene en cuenta que, durante siglos y en todas partes del mundo, millones de personas disfrutaron y siguen disfrutan¬do al leer literatura. Quizás, la verdadera rebeldía contra el sistema sea no res¬tar, sino sumar e intentar este otro tipo de placer que propone la literatura. Aceptado el reto, se encuentra en la lectura la fuerza que hace falta para no resignarse ante el estrecho horizonte que forja la realidad. Dice Daniel Pennac en Como una novela: "[...] la mayoría de las lecturas que nos han for¬mado no las hemos hecho por, sino contra. Leímos (y leemos) de la misma manera como uno se atrinchera, como se rehúsa, o como se opone. Si esto nos da facha de fugitivos, si la realidad pierde la esperanza de alcanzarnos detrás del 'encanto' de nuestra lectura, somos prófugos ocupados en construirnos, evadidos a punto de nacer. Cada lectura es un acto de resistencia. ¿De resistencia a qué? A todas las contingencias. Todas: sociales, profesionales, psicológicas, afectivas, climá¬ticas, familiares, domésticas, gregarias, patológicas, pecuniarias, ideológicas, culturales o umbilicales. Una lectura bien llevada salva de cualquier cosa, incluso de uno mismo. Y, por encima de todo, leemos contra la muerte". Por eso, un curso de literatura escolar intenta enseñar a los lectores po¬tenciales o poco entrenados a descubrir y a descifrar las claves que todo tex¬to literario encierra y que son necesarias para su interpretación. No se trata de revisar cada texto, sino de adquirir las herramientas de búsqueda de seña¬les dentro de cualquier texto a fin de transformarse en buenos lectores.

Los géneros literarios

La palabra género (del latín gemís: 'familia', 'clase', 'tipo') refiere, en lite¬ratura, a un conjunto de textos que tienen ciertas características comunes que los diferencian de otros. Según el Diccionario de términos literarios, "se puede hablar de género cuando, de manera relativamente estable, una serie de obras presen¬tan un esquema o conjunto de rasgos afines en cuanto a tema, molde formal y tono, lo que convierte dicho esquema en un 'modelo presti¬gioso' e imitable". La primera clasificación de los textos literarios en géneros es la pro¬puesta por Aristóteles (384-322 a.C.) en la Poética. En esta obra -la pri¬mera que hace un estudio sobre la literatura-, el filósofo griego plantea que la literatura es imita¬ción y que la distinción en géneros se sustenta sobre los modos de imitación que propone cada texto. De esta manera, es posible determinar tres géneros: el lírico, el épico (narrativo) y el dramático. Los tres modos básicos de la configuración aristotélica perduraron durante siglos y se convir¬tieron en productos históricos. Por este motivo y por estar sometidos a contextos de toda índole (sociales, morales, religiosos, estéticos), sufrieron modificaciones que generaron variantes y subgé¬neros que, con mayor o menor fortuna, perdura¬ron en el tiempo. Muchos géneros desaparecieron y fueron reemplazados por formas nuevas más es¬trechamente vinculadas con el marco extratextual (social) en el que fueron creadas. En otras palabras, la aparición de nuevos géneros se relaciona con las exigencias que los receptores de las obras litera¬rias plantean en relación con sus preocupaciones políticas, religiosas, inte¬lectuales y culturales. Por esta causa, si bien tradicionalmente se han distinguido tres géneros literarios (narrativo, lírico y dramático), en la actualidad, también se inclu¬ye el ensayístico. La aparición de un nuevo género Para el teórico español Fernando Gómez Redondo, la aparición de un nuevo género o grupo genérico se produce si se cumplen ciertos requisitas:

• una voluntad innovadora por parte de un autor y su propuesta de una distinta aproximación formal a la realidad que lo rodea;
• la decisión del autor proyectada en la creación de una estructura origi¬nal desde el punto de vista formal y temático;
• la adecuación de la obra a los planteamientos sociales que la hicie¬ron surgir;
• la imitación de los procedimientos formales y los hallazgos temáticos por parte de otros autores;
• el reconocimiento de los rasgos formales del modelo.

El género narrativo

Las obras que conforman el género narrativo se ca¬racterizan por la presencia de un narrador que cuenta hechos que les suceden a personajes en tiempos y espa¬cios más o menos definidos. El narrador, la voz que el au¬tor crea para que se haga cargo de contar la historia, puede conocer todos los hechos y presentarlos de manera objetiva (cuando así es, relata desde una tercera persona). Pero tam¬bién puede presentar una visión parcial de la historia, en cuyo caso suele narrar en primera persona, aunque también puede hacerlo en tercera y, raramente, en segunda. Si bien muchas de las obras del género narrativo se han escrito en verso -como la Divina comedia del italiano Dante Alighieri (1265-1321)-, en la ac¬tualidad, se escriben predominantemente en prosa. Las formas más comu¬nes de la narrativa son la novela y el cuento.

El género lírico

El género lírico se caracteriza por la marcada presencia de la fun¬ción emotiva o expresiva del lenguaje. Quien expresa en el poema su subjetividad (emociones, sentimientos y un modo particular de verse a sí mismo y al mundo que lo rodea) es el yo lírico. El ritmo es el rasgo esencial del poema. Además, el uso connotativo del lenguaje adquiere, en este género, su máxima expresión; y los procedimien¬tos frecuentemente empleados para connotar se llaman figuras retóricas (co¬mo la metáfora, la aliteración, el paralelismo, entre otras).

El género dramático

Las obras pertenecientes al género dramático (del griego drama: 'ac¬ción') están destinadas a la representación escénica. En estos textos, se desarrolla una historia que se conoce mediante los diálogos y las actuaciones de los personajes. Pero, además, contienen las indicaciones del autor que orientan acerca de la puesta en escena. A diferencia del discurso narrativo, en el que la historia está mediatizada por la voz del narrador, en los textos dramáticos no hay intermediarios en¬tre los espectadores y la vida que se hace presente en el desarrollo de la ac¬ción dramática.

El género ensayístico

Los ensayos son textos que ofrecen información, interpretación o explicación acerca de un asunto sujeto a confirmación. Su propósito es persuadir al lector. Por ello, su pertenencia a la literatura ha sido cuestiona¬da por algunos teóricos, quienes sostienen que la función poética en los en¬sayos está subordinada a la apelativa. Sin embargo, los procedimientos usa¬dos para la elaboración del mensaje -como las figuras retóricas- y la inclu¬sión de fragmentos narrativos, dramáticos o descriptivos lo ubican en el campo de la literatura. Precisamente, lo que le da al ensayo poder de convic¬ción es el trabajo con el lenguaje: con él logra capturar el acuerdo del lector.

Literatura 3. Argentina y Latinoamericana. Y Lengua. Editorial Puerto de Palos.